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San Cristóbal de las casas

Estaba sentada tomando un café y leyendo algo sobre estética e imágenes. Un pibe se me acerca a venderme muñecas. No, no quiero, gracias. Sigo leyendo. Otro pibe. Otro más. Disculpa, no quiero nada. Trate de tomar el café. Antes de eso anduve por el pasillo de las necesidades. Vendían comida, bebida, ropa, artículos. Un hombre anunciaba por los parlantes un palo de selfie por 30 pesos. Sólo 30 pesos y una morocha pulposa lo exhibía para la audiencia. Seguí caminando y encontré un nene tirado en el piso de la calle. Le lustraba los zapatos a un señor cómodamente ubicado en un trono. Era domingo por la tarde y ese nene tenía la edad de mi hijo. Terminé el capítulo que estaba leyendo. Pagué el café. Le pregunté al mozo si podía seguir paseando o me convenía ir a la terminal. Ya se había hecho de noche. "Señorita, lo ideal sería que ingrese a la terminal y espere dentro. La noche se puede poner peligrosa para usted". Le hice caso, caminé rápido hasta la estación. Nunca me hab

Deberes

Debes elegir si queres ser una musa o la mano creadora, si queres ser un cuadro o el hacha que parte el marco. Debes elegir entre dos opciones, como si fueras libre, como si no corriera en el viento la angustia, como si no estuvieras obligada a renunciar a otras posibilidades. Hacerlo de una vez y para siempre, cargando el peso de la responsabilidad de sostener tu decisión. No podes huir de las dicotomías ni de las contradicciones. Debes definir tu posición. Actúa como una mujer grande. Aunque las ausencias quieran romperte debes tensar los músculos, en especial los gemelos. Respira profundo, finge la calma, Aquiles era hombre. Brama el fuego por la boca, en la palabra, como si pudiera formar un puño. Destruye cualquier tipo de amenaza con furia. Destruye todo aquello, que es aquel, que sea capaz de descubrirte. Ellos no pueden verlo. Ellas tal vez no puedan entenderlo. Debes elegir, hacerlo ahora, correr como si se tratará de alcanzarlo. No estoy segura si frente a la mirada

Gonzalo

Gonzalo aparece, surge, se multiplica, se constituye como una multiplicidad proyectada hacia la eternidad. No abandona su rol, no asume ninguno. Camina y se pierde, para luego proyectarse en una sala de espejos y perder de esa forma una posición. En la continuidad de los textos, en la representación de las imágenes, en la materialidad de un silencio. Gonzalo se detiene sobre mi puerta y me observa. Se cierran las puertas del subte. Gonzalo se aleja hacia las escaleras. Gonzalo desciende, escucha música en sus grandes auriculares. Realiza un pasito tonto al batir el café, porque está contento, porque le gusta como sabe ese momento. Se sienta en la cama y comparte los chocolates que su madre le ha enviado desde Trelew. Gonzalo Hombre, Gonzalo Niño, Gonzalo Mujer, Gonzalo y todas sus proyecciones se desplazan sobre el tiempo, sobre mi tiempo y ya no recuerdo o sé bien cuándo fue o hace cuanto. Podemos decir que una docena de años, pero han sido como quince y si esto sigue así la mitad de

Cuerpo habitado

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Los cachos de carne y grasa se abroquelan debajo de la piel mientras el brazo busca un vaso de agua. Quiero la oscuridad en esos momentos que decido no ser mujer ni hombre. No quiero miradas cuando siento que no puedo responder a lo que se espera de mi. Los poros se abren y se cierran como respondiendo al movimiento de mi palma derecha. Que entonces soy esa parte, cada parte, todas mis partes y algo más. Los poros sobre mi espalda que se abren sobre la caricia. Las líneas que dibujan las curvas de mis glúteos. El tono de mi boca que se transforma y contrarresta la palidez de mi cuello. Mi genitalidad, mis formas femeninas, que suavizan o compensan mis silencios. Lo que está dentro y parece que quiere salir pero no sale. Existe en los pulmones y en las costillas. Circula por las venas que llegan a mis extremidades. Laten sobre las pulsiones de mis neuronas y mis nervios. Son el componente que da estructura a mi columna vertebral y baja hasta mis talones. Inhalo, mi cerebro envía

29 de diciembre

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En la noche la gata arroja al piso las cenizas que dejamos en la mesa y la gotera de la ducha afirma el infierno de la incertidumbre. Con todo, él detesta el silencio de mi casa. Deambulamos de la habitación al comedor. Lloro como si la fragilidad fuera sensual. Él me levanta y me lleva hasta la cama. "No nos va bien pero yo te quiero mucho" dice. "Yo también te quiero mucho" contesto mientras me arrojo a su balsa para llegar a alguna isla. De fondo se escucha Chet Baker y el sol decide caprichosamente amanecer. Yo pienso en la terquedad pero no me decido por un verbo. Entonces amor...

Ulises

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Siempre he tratado de ser Ulises. En los besos furtivos, en las ganas, en lo periférico, en lo clandestino, en lo impulsivo, en lo estructurado de mi sentipensar. He huido como forma de amor, desde un subte de la línea B hasta la Avenida más ancha, también en el recorrido hasta el aeropuerto. Pari en soledad y seguí amando. Arroje los mensajes hacia la Antártida aún siguiendo amando. Recorrí la Diagonal 73 de primavera pensando en un cóndor. Me fui de la cueca aquella noche j unto con un abogado que se decía poeta, escondimos el vino de los pacos y luego me fui desprendiendo los besos sobre la cordillera. Le dije que lo quería en el aeropuerto de Panamá antes de llegar a La Habana pero decidió olvidarme antes de que llegue a Lima. Porque tres semanas en Cuba sola eran imperdonables y yo prefiero el vuelo. No valieron las madrugadas a un costado de la ruta. Me entregue frente a Plaza Italia aunque la luz no estuviera apagada. Apoye las manos sobre las calles de Mendoza mientras escuch
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Si los dedos giran hacia el este o hacia el sur. Si se rasga la melodía de un piano. Si no es posible, si no es un experimento, si la rueda no gira. Si son las dos o son las siete. Quisiera romper palabras como si de esa forma también su fuerza. Suspiro. Soy irrompible. Me quiero romper mi propia continuidad, a veces también el vuelo. Si me arranco la fantasía. Si me vuelco el delirio. Si me contengo lo suficiente como para evitar el movimiento. Si no exploto. Si aprendo a andar en tacones. Quisiera que pudieras ver aquello... así existe, así lo destruyo. Te quiero comer esos podridos silencios. Quiero que te sientes sobre la mesada a largarte a llorar y confesar que no pudiste; quiero verte revolcandote en tu propia fragilidad. Al menos darme eso. Pero no das nada y me pedís más. Soy una niña y me llevan hacia el velatorio de una peluquera. Tenía que ver mi primer rostro muerto y que no sea ni mi madre ni mi padre. Ella en su capelina, enferma y muerta en amor. Ella sí que sup