San Cristóbal de las casas

Estaba sentada tomando un café y leyendo algo sobre estética e imágenes. Un pibe se me acerca a venderme muñecas. No, no quiero, gracias. Sigo leyendo. Otro pibe. Otro más. Disculpa, no quiero nada. Trate de tomar el café.

Antes de eso anduve por el pasillo de las necesidades. Vendían comida, bebida, ropa, artículos. Un hombre anunciaba por los parlantes un palo de selfie por 30 pesos. Sólo 30 pesos y una morocha pulposa lo exhibía para la audiencia. Seguí caminando y encontré un nene tirado en el piso de la calle. Le lustraba los zapatos a un señor cómodamente ubicado en un trono. Era domingo por la tarde y ese nene tenía la edad de mi hijo. Terminé el capítulo que estaba leyendo. Pagué el café. Le pregunté al mozo si podía seguir paseando o me convenía ir a la terminal. Ya se había hecho de noche. "Señorita, lo ideal sería que ingrese a la terminal y espere dentro. La noche se puede poner peligrosa para usted". Le hice caso, caminé rápido hasta la estación. Nunca me había sentido tan blanca.

7 de enero de 2018

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